El heraldo de la muerte, primera incursión aérea
sobre Madrid, agosto de 1936.
[…] Los
primeros ensayos de defensa civil republicanos ante la eventualidad de un
bombardeo aéreo se produjeron el 6 de agosto; las autoridades informaron de que
se debían apagar las luces a las diez de la noche, hora a la que igualmente
quedaba restringida la circulación de vehículos. El mismo día se trató de hacer
cumplir la normativa, para comprobar la capacidad de reacción de la población,
lo que fue vigilado desde el aire por aparatos de la aviación republicana. El
resultado fue positivo, pues al día siguiente, el 7, se indicó que sólo en
algunos barrios periféricos se había incumplido el horario o se había hecho
caso omiso, por lo que se procedería a multar a los infractores. Ese mismo día
se repitió el ensayo, en esta ocasión se complemento con la apertura de las
estaciones de Metro y se puso en estado de alerta al Cuerpo de Bomberos.
El día 8 se
publicaron las normas corregidas y ampliadas de defensa de la ciudad, que se
deberían cumplir estrictamente en caso de ataque desde el aire. Se estimó, en
ese momento, que tales disposiciones pasarían a estar en vigor durante todo el
periodo que durase la guerra.
Decían así[i]:
Primero. A las once de la noche[ii]
se apagará el alumbrado público de la ciudad. Los vecinos, si quieren tener
alguna luz encendida en el interior de sus casas, habrán de cerrar en absoluto
las ventanas y balcones[iii]
o cualquier hueco que pudiera arrojar claridad al exterior.
Segundo. Los tranvías podrán circular hasta las
once de la noche.
Tercero. Los autos podrán asimismo circular en los
términos que vienen haciéndolo durante el día hasta la misma hora de la noche.
A partir de ese momento sólo podrán circular los coches oficiales o los que
sean autorizados expresamente por el Ministerio de la Guerra[iv].
Cuarto. El Metro prestará servicio de viajeros
hasta las dos de la mañana. En todo caso las entradas de las estaciones estarán
abiertas toda la noche, para que puedan refugiarse de los peligros ocasionales
en caso de sufrir la ciudad un ataque aéreo. A partir de las once, la dirección
del Metro cuidará de que las luces de las escaleras de acceso a las estaciones
estén apagadas, entretanto se las dota de unas pantallas especiales, en cuyo
caso estarán encendidas.
Quinto. Si el servicio de defensa establecido por
este Ministerio de la Guerra señalara la presencia de aviones enemigos, el
Cuerpo de Bomberos recorrerá las calles principales, anunciándolo al vecindario
mediante empleo de sirenas. Si esto ocurriera, los vecinos de las piezas
superiores deberán trasladarse a las plantas inferiores o sótanos de sus casas
o a la estación de Metro más próxima.
Sexto. Queda terminantemente prohibido formar
grupos en las calles después de las once de la noche.
Séptimo. Igualmente se prohíbe verificar ningún
registro domiciliario que no sea ordenado por este Ministerio o por el de la
Gobernación o la Dirección General de Seguridad[v].
La
población de Madrid respondió positivamente a las instrucciones del Gobierno.
Varios días duraron las experiencias. Con la importante excepción de los
algunos adversarios del régimen que aprovecharon la oscuridad durante los
simulacros para tratar de sembrar la confusión mediante el “paqueo”[vi],
como había sucedido los primeros días del conflicto, por ello, el día 10, se
retocaban otra vez las medidas de precaución: se ordenó no apagar el alumbrado
público ni el de las viviendas y edificios oficiales, salvo caso de alarma,
durante la cual los coches de la Dirección General de Seguridad darían las instrucciones
oportunas, quedando vigentes las medidas al respecto de circulación de
vehículos.
No se
habían cumplido aún las cinco primeras semanas de la guerra cuando por primera vez sonaron las alarmas en
Madrid por causa real. Las primeras aproximaciones de la aviación de los
sublevados hasta la capital y su entorno tuvieron lugar el domingo 23 de agosto
con escasa efectividad. El objetivo fue la base aérea de Getafe y las bombas
arrojadas no alcanzaron su objetivo, el pobre resultado de la incursión fue el
incendio de unos campos cercanos, pero la importancia moral fue mayor, de tal
modo que suscitó incluso alguna reseña de prensa para calmar las inquietudes
desatadas y preparar a la población para ulteriores sucesos de ese cariz con
peores resultados.
Un diario de la capital[vii]
trató de quitar importancia al asunto incidiendo en el esfuerzo que supuso a la
(por entonces) débil aviación franquista, concentrar varios de sus aparatos en
las inmediaciones del frente de Madrid para un resultado tan insignificante,
pero apuntando que probablemente se verían pronto aviones sobre los tejados de
la capital sin que ello tuviera que atemorizar a la población, que debería
prepararse para cumplir las indicaciones previstas para tal caso, además de destacar la inutilidad de censurar sucesos
como el acaecido tanto como la de magnificar su verdadera importancia.
Sin
embargo, los ensayos preventivos y la difusión de esta primera tentativa en el
entorno de la capital debieron causar cierta psicosis, a tenor de la alarma
causada en el populoso barrio de Tetuán (de hecho por entonces aún formaba
parte de un municipio independiente, Chamartín de la Rosa), al norte de la
ciudad, que tomo por un ataque aéreo la explosión accidental de dos artefactos
en un arsenal emplazado en la zona, resultado de la cual falleció un miliciano.
Imagen superior: un Junker JU52 en la guerra civil española.(A título informativo, ni la imagen corresponde a la fecha citada ni el aparato cncreto es exactamente el mismo).
El 26 de
agosto y de nuevo en la madrugada, un avión enemigo sobrevoló por primera vez
Madrid, sin efectuar ataque alguno y sin apenas repercusión entre la población,
no así entre la prensa, “Como el ladrón en la noche” señaló “Claridad”, portavoz
de la U.G.T, “un aparato volvió a sobrevolar Madrid, sin poder alcanzar
su objetivo tras ser puesto en fuga por las defensas de la ciudad, cumpliendo
las milicias en su mayor parte las órdenes recibidas al respecto de no hacer
fuego de fusil contra el aparato”, por su poca eficacia y la mucha alarma que
causan los disparos, viéndose obligado a lanzar sus bombas (en este caso
todavía las pequeñas bombas de 10Kg.) en los campos periféricos (los
bombarderos arrojaban sus bombas para deshacerse de peso en su huida de los
cazas, más ligeros y veloces, además de evitar riesgos en caso de tener que aterrizar
portando aún su peligrosa carga) sin daño alguno, excepto el sobresalto que el
sonido de las explosiones supuso para los habitantes de los suburbios cercanos.
La prensa local difundió al día siguiente dos versiones distintas del
desarrollo y final de los hechos. Según “La voz” las piezas de la defensa antiaérea “colocadas
en puntos magníficamente estratégicos lo hostilizaron con tan excelente
eficacia” que lo pusieron en fuga, perseguido por los cazas en dirección a la
Sierra, siendo recibidos por la población con “una gran indiferencia y tranquilidad
la aparición vergonzante de los aviones
facciosos”. Según el “Claridad”, que tituló la reseña como “La victoria
de esta madrugada” el avión fue derribado por los cazas republicanos antes de
alcanzar en la huida sus líneas , la misma versión, ampliada siguió “Ahora”[viii],
que aporta un nuevo dato, el
objetivo del ataque no era solo atemorizar a la población, sino atacar las
bases aéreas en torno a Madrid (Barajas, Getafe y Cuatro Vientos), ninguno de
los objetivos fue alcanzado, al ser puesto en fuga por el fuego de fusilería y
ametralladora de los milicianos (en contraste con lo afirmado por el diario
anteriormente citado) y perseguido y derribado por la aviación. El aparato
llegó a la ciudad sobre las cinco de la madrugada, volando a gran altura,
arrojando proclamas y descendiendo a unos doscientos metros en la zona de
Tetuán y Cuatro Caminos, donde los
disparos le obligaron a elevarse de nuevo. El derribo no aparece como
verificado (de hecho ni en el parte oficial de guerra republicano ni en los
informes nacionales aparece tal suceso) sino testimoniado por las declaraciones
de los pilotos perseguidores, que narraron ver “cabecear” al aparato (que
describen como trimotor) y que “tuvieron la impresión” de que caía cerca de las
líneas rebeldes.
Al día
siguiente de madrugada los capitanes Haya y
García Morato[ix],
(el primer piloto personal de Franco durante la guerra y creador de la primera
escuadrilla de bombardeo nocturno, el segundo futuro “As” de la aviación de
caza franquista), pilotaban otro aparato,
un DC-2, cuya actuación fue silenciada por la prensa, que atacó los aeródromos
de Cuatro Vientos y Getafe, arrojando tres bombas en cada uno de ellos, que
tuvieron como resultado la primera muerte por bombardeo (excluyendo el frente)
de la zona madrileña: un soldado[x].
Estas
incursiones hicieron necesario recordar las directrices y instrucciones
dictadas en los simulacros de principios del mes de agosto acerca de unos ya no
hipotéticos posibles ataques aéreos
El viernes
28 de agosto de 1936 tocaba a su fin, apenas faltaban unos minutos para la medianoche, cuando los muchos
ciudadanos de Madrid que aún permanecían despiertos, pues la guerra aún no
había trastocado demasiado los horarios habituales de la ciudad y el fuerte
calor veraniego no ayudaba a conciliar el sueño, se vieron sobresaltados por
unas explosiones inesperadas. Se trataba del primer ataque aéreo a la aún
capital de la República[xi]
por un solitario avión de bombardeo, un trimotor Junker Ju-52 pilotado por el
alemán Von Moreau auxiliado en funciones de guía y copilotaje por el capitán
Joaquín García Morato[xii]. El piloto español guió al alemán haciéndole
seguir las principales arterias de la ciudad hasta alcanzar sus objetivos,
grandes edificios de reconocible silueta. El aparato germano arrojó su carga,
dos bengalas y tres bombas de 10 kg, desde una altura aproximada de 500 metros
sobre el Ministerio de la Guerra y la Plaza de la Cibeles (entonces llamada de
Canalejas), causando la muerte a un cabo y heridas a tres soldados, así como
daños al pilón de la fuente monumental, desde allí se dirigió al Paseo del Rey
donde lanzó otra bomba sobre un garaje incautado por el Círculo Socialista del
Oeste, causando heridas a dos guardias
municipales (guardias del Cuerpo de Seguridad, según otras fuentes que los
sitúan cerca de la Estación ferroviaria) y la destrucción de varios vehículos
y, por último, sobrevoló Estación del Norte que asimismo atacó con otro
artefacto explosivo[xiii].
Un total de un muerto y cinco heridos,
aparentemente todos combatientes o fuerza pública, otra fuente trastoca estos
datos y habla de 16 heridos sin especificar grado de gravedad ni si son
civiles, milicianos, mujeres u hombres.[xiv]
No parece desde luego que las defensas antiaéreas de la capital fueran ni mucho
menos tan eficaces como la prensa divulgó en días anteriores: un único trimotor
recorrió el cielo de toda la capital atacando con impunidad objetivos de primer
orden sin verse hostigado por los cazas gubernamentales y sin problema alguno causado por las fuerzas de tierra. Pese a lo
declarado en esos momentos la artillería antiaérea era de hecho inexistente,
limitándose a unas cuantas ametralladoras emplazadas en las azoteas de los
edificios más altos con la colaboración de los fusiles de las milicias de
retaguardia muy ineficaces para esa función, y menos sin el entrenamiento y
coordinación necesarios para que tuvieran un mínimo de utilidad en ese aspecto[xv].
El parte oficial de guerra del ejército franquista reseñó el hecho de la
siguiente forma[xvi]:
“29 de agosto
Ejército del Norte
Las fuerzas aéreas han actuado
con gran actividad en los distintos frentes, en misiones de bombardeo y
reconocimiento, logrando señalados éxitos principalmente en el bombardeo
nocturno de Madrid y el efectuado en la mañana de hoy sobre Eibar (Guipúzcoa).
Bombardeo sobre Madrid
En la noche del viernes al
sábado fueron bombardeados en Madrid, el Ministerio de la Guerra, la Estación
del Norte y el aeródromo de Barajas.
Los informes oficiales republicanos fueron más
genéricos, apenas cuarenta y cinco
minutos después del ataque, como suplemento al Parte Oficial de Guerra del 28
de agosto informó:
“Anoche a las doce y media
El público acaba de oír una
explosión. Se trata de una bomba que un avión enemigo acaba de lanzar con el
propósito de cundir la alarma. El Gobierno, seguro de la calma y la serenidad del vecindario madrileño, sabe que
este sabrá evitar el propósito faccioso.”
El Parte Oficial del Ministerio de la Guerra del 29
de agosto dice, retomando el mismo tema: “Por la tarde. Anoche fue
bombardeado Madrid sin que fuesen alcanzados por el enemigo los objetivos
militares propuestos.”
La prensa
capitalina recogió con profusión en sus
portadas este primer ataque aéreo efectivo sobre los tejados de Madrid. Según “Claridad”,
el pueblo de Madrid se rió del terror que pretendían infundirle las nocturnas
aves, iniciando lo que se convertiría en tónica durante toda el conflicto,
resaltar el humor con que los habitantes se tomarían las sucesivas penalidades
de la guerra, poniendo en boca de una supuesta “comadre” del populoso barrio de
Cuatro Caminos la frase “Ese es un pájaro de cuenta, que vomita sobre nosotros
la borrachera que ha cogido en Burgos”.
“Mundo Obrero” hace un comentario más profundo, incidiendo en la supuesta
inexpugnabilidad de Madrid por el aire, pese al acercamiento de aviones que se
aproximaban “amparándose en las sombras de la noche”, incidiendo en un aspecto
que el tiempo haría lugar común: los ataques sobre la retaguardia eran
demostración de la impotencia y la debilidad de los nacionales, bien para tomar
Madrid, bien para hacer pagar las ofensivas gubernamentales en diversos
frentes. “El Socialista” , órgano del P.S.O.E., hizo una descripción más
aséptica y aportando datos objetivables. Según dicho rotativo el aeroplano
arrojó un total de seis bombas; tres en la zona de Cibeles y tres en lo que por
error llama la zona norte de la ciudad, en realidad la zona de la Estación del
Norte, al oeste de la villa.
Excepcionalmente da datos sobre víctimas[xvii],
sin reconocer ninguna muerte, sólo un número indeterminado de heridos que
califica como de carácter leve. En la editorial trata el tema del bombardeo,
calificándolo como estupidez y “signo infamante de la rebelión”, pronosticando
que ulteriores intentos de doblegar a una ciudad de un millón de habitantes
mediante ataques, “ya no de uno, sino de cincuenta, cien o doscientos aparatos
serían una carnicería espantosa, pero de dudosa efectividad militar”, a tenor
de la incapacidad de sus tropas para tan siquiera forzar los pasos de la
Sierra. “La Voz” encabeza a toda página; “Los ataques aéreos del enemigo
no pueden producir daños graves a Madrid”, en el texto minimiza los resultados
de las incursiones de los días 27 y 28 llegando a afirmar que ambos aparatos
fueron derribados (cuando el derribo del primero era cuanto menos dudoso, y
respecto al del segundo, es la única fuente que lo afirma) sin aportar novedad
ni en el enfoque ni en el desarrollo: síntoma de impotencia militar, inutilidad
del acto, nocturnidad, efectividad de las defensas etc... Incluye una
caricatura al respecto, donde dos relajados milicianos observan un lejano y
solitario aparato al que califican de ¡Grandísimo Caproni!, en un obvio juego de
palabras que se haría habitual, así como la temática de los bombardeos en las
caricaturas de los diversos diarios. Para “El Sol” lo más destacable fue
la “serenidad magnífica” del pueblo madrileño, más interesado en las
evoluciones del aparato incursor y sus perseguidores que temeroso del ataque.
Estas
primeras aproximaciones de aparatos solitarios reavivaron el interés por las
disposiciones gubernamentales para la defensa en caso de ataques aéreos, que
apenas tres semanas antes habían sido recibidas con escasa curiosidad e
interés. Se recomendó crear un comité de casa compuesto de tres personas
enérgicas, encargadas de requisar y acondicionar las cuevas (sótanos) o plantas
bajas, con objeto de que sirvieran de refugio; proveerse de linternas suficientes
para no tener necesidad de encender las luces de la escalera (en cumplimiento
de las instrucciones para la defensa antiaérea), cuidar que el descenso de ésta
se hiciese en orden, destacar un par de hombres para apagar las farolas de la
calle (para disminuir la visibilidad y el riesgo de explosiones de gas, en caso
de alcanzarse las canalizaciones), apagar las luces de las viviendas, pero
dejar abiertas puertas y ventanas de las habitaciones para evitar la rotura de
cristales por la onda expansiva de las posibles explosiones y no olvidar que el
ruido de la explosión era señal de haber pasado la descarga[xviii].
El primer
golpe en la puerta del cielo de Madrid, sacó a la ciudad de un cierto
relajamiento en el que se había sumido tras los primeros días de exaltación en
el mes de julio, con el frente estabilizado en el sector de la Sierra y aún
lejano en el sector Tajo-Extremadura. El último día del mes se publicaron en
prensa y radiaron las siguientes disposiciones para la eventualidad de ataques
aéreos:
Medidas urgentes para la defensa de Madrid contra
un ataque aéreo. Nota del Ministerio de la Gobernación:
“En previsión de ataques aéreos del enemigo, se han adoptado por este
Ministerio diferentes medidas de orden general para la defensa de Madrid y para
la protección de la población civil, que deben llegar a conocimiento del
público. Son las siguientes:
Primera. El Ayuntamiento de Madrid reducirá el alumbrado público al
indispensable para el tráfico nocturno. Quedan prohibidos los anuncios
luminosos. Las fuerzas de orden Público y milicias vigilarán que no se causen
desperfectos en los faroles que queden encendidos, ya que su escasa luz es
invisible desde el aire.
Segunda. El alumbrado de
las casas particulares se reducirá al mínimo indispensable. En caso de alarma
se apagarán todas las luces que den al exterior.
Tercera. Las tenencias de Alcaldía designarán los
altavoces de establecimientos públicos o casas particulares para que llegue a
conocimiento del público los avisos oportunos sobre la posibilidad de una
agresión aérea. Además de los avisos por radio, la Dirección General de
Seguridad hará llegar al vecindario la
noticia de la presencia inminente de aviones enemigos por medio de la sirena,
en la misma forma que en días anteriores.
Cuarta. El servicio de alumbrado,
tan pronto se de la voz de alarma, ordenará que se apague todo el alumbrado
público.
Quinta. Los tranvías de Madrid circularán constantemente con el alumbrado
especial. Los automóviles sólo usaran las luces de posición.
Sexta. Los avisos en caso de incendio o de avería en
los servicios de agua y gas se comunicarán al teléfono 12800.
Séptima. Las peticiones de ambulancias
municipales que sean absolutamente indispensables se harán al teléfono número
10011.-Los demás casos de accidentes que requieran servicio sanitario serán
atendidos en las casas de socorro.
Octava. En caso de alarma se aconseja a la población
civil que proceda durante el tiempo que esta dure, que será señalado por radio
y sirena, a refugiarse en los sótanos y plantas bajas de las casas o en los
subterráneos del Metro, que permanecerá abierto. Las tenencias de Alcaldía
tienen orden de indicar los refugios más próximos a aquellas personas que
carezcan de ellos. Para tranquilidad del vecindario se hace público que en
Madrid existen refugios subterráneos para cuatro millones de personas[xix],
es decir, el cuádruple de la población actual.
Novena. Todo avión que vuele sobre el casco de la
población es enemigo. Sólo los aviones de caza propios están autorizados para
volar sobre la población y serán fácilmente reconocibles por su actitud de
persecución y porque sólo volarán de día[xx].”
Antes de que finalizara el mes se produjeron otros
intentos de características similares (aviones solitarios a altas horas de la
madrugada) de atacar la capital y los aeródromos situados en torno a ella sin
resultados de importancia, aparte de servir de toque de atención y alimentar el
humor local, que calificó a tan madrugadores aparatos como “el lechero”, dado
su horario similar al de tal profesión en aquellos tiempos. La prensa volvió a
destacar la serenidad del vecindario y el cumplimiento de las disposiciones al
respecto, incidiendo en calificar dichas tentativas como cobardes y fracasadas.
Descrita de la siguiente forma[xxi]:
“Alrededor de las cuatro de esta madrugada, el servicio de alarma de la
Dirección General de Seguridad anunció al vecindario por medio de sirenas que
hacían funcionar guardias sobre rápidas motocicletas, la presencia próxima de
aviones enemigos.
El vecindario, sin turbaciones ni
confusión, pero con toda celeridad, se puso a salvo de las posibles
consecuencias de un bombardeo.
Muchos vecinos se trasladaron a
los túneles del metro y otros pasaron a los sótanos de los edificios
convenientemente preparados.
La alarma cesó cerca de las
cinco.
Parece que ninguno de los aviones
de los rebeldes llegó a volar sobre la población de Madrid, ya que lo evitaron
los reflectores localizando los aparatos; los cañones y ametralladoras
antiaéreos, hostilizándolos y los aviones de caza persiguieron a los audaces
hasta muy lejos de la ciudad.
Vuelta la normalidad, el
vecindario tornó tranquilamente a su descanso, sin más incidentes.”
Los partes oficiales de ambos bandos dieron
versiones sustancialmente distintas del hecho (como era de esperar, vista la
tónica habitual de tales documentos, que sería una constante hasta el mismo fin
de la guerra). Si el parte oficial del
Ejército franquista hablaba el uno de septiembre
de un exitoso bombardeo la noche anterior sobre la fábrica de reparación
de aviones Hispano-Suiza (en Guadalajara) y el aeródromo de Barajas, el parte radiado por el Ministerio de la
Guerra gubernamental a las cuatro de la tarde del día dos (con cierto retraso)
habló de otro intento de vuelo sobre la capital, sin consecuencias, con un buen
funcionamiento de los servicios de vigilancia y defensa y un buen seguimiento
de las instrucciones al respecto por parte de una tranquila población civil. […]
[i] Mundo Obrero, 8 de agosto de
1936.
[ii] Es probable que la hora inicial
de las 22.00 se considerara muy temprana para las costumbres madrileñas, además
de tener en cuenta que a esas alturas del verano prácticamente aún no ha
anochecido.
[iii] Una norma muy dura de cumplir en
el tórrido verano matritense.
[iv] Ésta disposición oculta
probablemente dos pretensiones adicionales al intento de evitar los ataques
aéreos (por entonces meramente hipotéticos), la de evitar los “coches
fantasmas” con los que quintacolumnistas atacaban a las patrullas milicianas o
efectuaban disparos causa de alarma y la de tratar de retomar el control de la
noche para el Gobierno y su fuerza pública, desbordado por las patrullas de
sindicatos y partidos.
[v] Es evidente que las disposiciones
sexta y séptima tienen poco que ver con la defensa contra bombardeos, y mucho
con lo ya comentado: retomar el control de la noche por la Fuerza Pública,
tratando de limitar la presencia de las milicias y la continuación de los
excesos contra los sospechosos de apoyar la sedición.
[vi] Los “pacos” eran francotiradores
solitarios, cuyo nombre proviene de la onomatopeya del sonido de un disparo
aislado. La expresión se había hecho popular durante la Guerra del Rif, en las
décadas anteriores.
[vii] El socialista, 25-8-1936.
[viii] Claridad y La voz diarios
de la noche, 27 de agosto y Ahora , 28 de agosto.
[ix] Salas Larrazábal, Jesús M. Guerra
aérea 1936-1939. Tomo 1. La batalla por Madrid. Madrid, 1.998. Ed.
Instituto de Historia y Cultura Aeronáutica, pág 156.
[x] Esta incursión nos muestra que desde
el primer momento los aviones y pilotos de la aviación nacional participaron en
los bombardeos sobre la retaguardia republicana, sin ser este tipo de actos
exclusivos del personal y aparatos de la Aviación Legionaria italiana o Legión
Cóndor alemana.
[xi] Dejaría de serlo unas semanas
después, tras la evacuación del Gobierno a Valencia la noche del 6 al 7 de
noviembre de 1936.
[xii] Arias Ramos, Raúl. “La Legión
Cóndor en la Guerra Civil. El apoyo militar alemán a Franco” . Madrid,
2003. Ed. La Esfera de los Libros, págs 90 y 91.
[xiii] Montoliú, Pedro. Madrid en la
Guerra Civil. La Historia. Volumen I. Madrid, 2.000. Ed. Sílex., Pág 171.
[xiv] Vázquez, Matilde y Valero, Javier. La guerra civil en
Madrid. Madrid, 1.978. Ed. Giner, págs 92 y 93.
[xv] De hecho, la escasez de cañones y
ametralladoras antiaéreas sería crónica en el bando republicano a lo largo de
toda la guerra, y se iría haciendo más y más patente con el progresivo dominio
del aire por los aparatos al servicio de Franco.
[xvi] Servicio Histórico Militar. Partes
oficiales de guerra 1936-1939. Madrid 1978, Ed. San Martín. Tomo I Ejército Nacional,
pág. 30. Tomo II Ejército Republicano págs
36 y 37.
[xvii] A lo largo de toda la Guerra serán
muy escasas las ocasiones en que se den datos sobre número de víctimas
producidas en Madrid por bombardeo aéreo
o artillero, en los días más duros se hablará de “masacre”,” salvajada”,
y términos similares pero sin aportar datos ni tan siquiera aproximativos, tal
vez para evitar la desmoralización de la población civil, o preocupar a los
combatientes de primera línea por el destino de sus allegados en la
retaguardia.
[xix] Sic en el original, no indica
cuales serían, aparte de túneles de Metro y ferrocarril y sótanos de viviendas
y edificios públicos, parece, cuanto menos, una cifra más que optimista. Por
otra parte, considera refugio a cualquier local bajo tierra, sin pararse a
pensar si está acondicionado (servicios, agua potable, ventilación, asientos o
lechos, etc...).
[xx] Este punto es casi cómico, si no
fuera por lo dramático de la situación. Se contradice a sí mismo (“todo avión que sobrevuele el casco urbano
es enemigo”, “sólo los aviones de caza propios están autorizados a sobrevolar
la población”) y hace indicaciones cuanto menos confusas. ¿Si los cazas
sólo vuelan de día, como alcanzarán a los bombarderos que atacan de noche?, ¿Cuál
es una “actitud de persecución” en un avión?. De hecho, a los pocos días de iniciarse los ataques aéreos
generalizados y aparición de las esuadrillas de la caza republicana, los
ciudadanos de Madrid se convirtieron en verdaderos expertos en aviación
militar, distinguiendo aviones de caza y bombardeo, así como modelos empleados
por los respectivos bandos.
Gracias por el artículo.
ResponderEliminarGracias por tu comentario Benito, un saludo.
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